Qué bonita es la vida cuando tenemos a nuestro lado alguien que nos quiere y que nos trata como a reyes. Qué bonito es despertarse a su lado, desayunar a su lado, comer a su lado, pasear a su lado, cenar a su lado, dormir a su lado. Qué bonito es saber que aún cuando no está a tu lado puedes hablar con él durante horas por teléfono. Qué bonito es...¡pero qué coño!
En este mundo, una de las cosas más gratificantes y placenteras que a uno le pueden ocurrir es enamorarse. Cuando alguien encuentra a esa persona que le hace tilín (y tolón), con la que está cómodo y a gusto y con la que siente que todo es más de color rosa que gris, parece que lo demás no importa. Los problemas desaparecen y las penas se las lleva el viento. Sin embargo, hay gente que junto a las penas tambíen deja que el viento se lleve también su familia, sus amigos, sus estudios...vamos, su vida. Estamos hablando del "siamesismo", es decir, el fenómeno social por el que dos personas encuentran el amor y, en consecuencia, pierden todo lo demás.
Hay que ser muy fuerte y tener una personalidad muy marcada para que esto no nos ocurra nunca. Por desgracia, la gran mayoría de seres humanos caemos, al menos una vez, en las redes de este complejo síndrome, y que se basa en la vida por y para el amado. Si bien es cierto que muchos después de tropezar una vez con la piedra decidimos esquivarla a la próxima, no lo es menos que otros muchos deciden ponerse cascos y rodilleras y tropezar una y otra vez.
El siamesismo es un síndrome que abunda por la comodidad que implica a los que lo padecen. Ambos miembros se encuentran en un limbo sentiMENTAL en el que las necesidades fisiológicas y sociales siguen siendo las mismas, a las que sólo le añaden el sufijo "-con mi chic@"; véase comer con mi chic@, dormir con mi chic@, estudiar con mi chic@, ir al cine con mi chic@, salir de fiesta con mi chic@, etcétera. Por tanto, si esto se cumple su vida goza de total sentido y todo lo que se salga de esa regla parece algo sobrenatural y extraño.
En la mente del siamesista, todo lo anterior al encuentro del otro va perdiendo importancia, cayendo en el pozo del olvido. Cada vez hay menos comidas familiares, menos visitas a la abuela o a los padres. Las noches de risas y fiesta con los amigos son cada vez algo más insólito y más aún si se acude a ellas en solitario. Sin embargo, un siamesista nunca te dirá lo que todo el mundo piensa. Lo negará en rotundo y sólo argumentará a su favor que les gusta pasar tiempo juntos. Eso sí, si en algún momento consigue volver ser momentáneamente un ser individual y hacer vida social como antaño, el síndrome cobrará un matiz de enfermedad: celos, desconfianza, llamadas cada hora, mensajes cada minuto, miradas al móvil cada segundo...
Siamesistas del mundo: los cuentos de hadas con finales llenos de felicidad y perdices no son carne del mundo real. En una gran mayoría de los casos el otro no acaba siendo el único en la vida de la gente. Las crisis llegan, los problemas aparecen y la monotonía aumenta. Es entonces cuando un siamesista abre los ojos y descubre horrorizado que el velcro que les unía se ha convertido en pegamento industrial y que la separación les puede llevar mucho dolor y sufrimiento. Y lo peor de todo: en solitario. A pesar de tener la sensación de que el tiempo se había detenido, observa con asombro que la vida ha seguido su curso, que su vida también ha seguido curso (a esta etapa siamesista más se le podría llamar simbiosis que vida). Tus amigos ya no son tan amigos. La indeferencia es la base de vuestra relación y la cordialidad y la frialdad es lo que predomina ahora. La familia sigue ahí, pero el dolor está presente y las minucias acaban por sacar a la luz la falta de compromiso del siamesista para con los suyos. En definitiva,cuando un siamesista deja de serlo, su vida ha perdido el sentido sin el otro. O mejor dicho, su vida ha perdido el sentido CON el otro.
Que no cunda el pánico. De los errores se aprende y la vida está precisamente para aprender, pero también para aplicar lo aprendido. Las relaciones siamesas (también llamadas posesivas o enfermizas) pasan al menos una vez por nuestra vida. Es a raíz de ellas cuando tenemos que actuar en consecuencia.
No hay nada más bonito en esta vida que enamorarse y estar junto a alguien a quien quieres y que te quiere, pero sí que hay cosas igual de bonitas en esta vida y que muchas veces las dejamos en segundo plano como disfrutar de una familia que te quiere y te apoya hagas lo que hagas y seas como seas, saber que tienes a tu lado unos amigos que también te quieren tanto en las noches de locura como en las mañanas de amargura y ralladura, o simplemente contar con el apoyo de ti mismo en aquellos momentos en los que sólo tú mismo puedes entenderte. No debemos subordinar nuestra vida a nuestra relación, sino que nuestra relación tiene que ser la que se subordine a nuestra vida, a nuestras necesidades y obligaciones, a nuestros sentimientos. Que nos haga sentir único no significa que seamos el único.
Vivir es crecer al lado de tu familia, amigos, pareja y saber que cada elemento forma parte de un todo que te enriquece día a día y te ayuda a ver el mundo con perspectiva. Vivir es compartir experiencias y pensamientos con tu gente, sabiendo que a veces estaréis de acuerdo y muchas en desacuerdo, pero que seguiréis decidiendo compartir momentos juntos para tener un pasado al que sonreir desde el futuro. Por ello, cuando vivimos en función única y absoluta de una relación, dejamos de vivir y pasamos a sobrevivir.
¡Vive en HD!
Muy bueno Pin. Oye yo soy un siamesista? Freddy
ResponderEliminarAmén!
ResponderEliminarEso es VERDAD
ResponderEliminarme parece que tu reflexión es muy buena, muy cierta, pero si te fijas es la opinión vista desde fuera siempre. Es díficil tener esta opinión desde dentro. ¿Porqué mucha gente que piensa así, cuando pasa a estar dentro de una relación, cambia de opinión? Yo creo que nos dejamos llevar por lo que nos hace sentir mejor.
ResponderEliminary por otro lado, la mayoría de la gente durante toda su vida va a arrastrar inevitablemente lo que su sociedad le ha obligado a pensar (y a actuar en consecuencia). En realidad es una manera cómoda de pensar que no toda la culpa es nuestra.
Espero estar encima de eso.
diego.