Año 2000. El efecto del mismo nombre no ha destruido el planeta. El miedo a una posible caída global de toda base de datos, sistemas interconectados y cualquier tipo de cachibache electrónico (para los más exquisitos diremos gadgets) ha sido superado. Parece que la fugaz desconfianza en todo lo que estuviera creado en código binario (para los menos entendidos, aquellas tiras interminables de unos y ceros que salen en los ordenadores de todo hacker hollywoodiense que se precie) se ha esfumado. La industria comandada por los magnates de Sillicon Valley y el Imperio del Sol Naciente respira de nuevo. Se atisba un nuevo horizonte que, seguramente, ninguno de ellos podría llegar a imaginar.
Ha pasado una década. El año 2010 toca a su fin. Las pantallas ya no sirven para ver; ahora se usan para tocar. Las videoconsolas ya no usan mandos; se sirven de las manos. Todo, hasta la nevera, está conectado a Internet. En toda esta vorágine electrónica, si tuviéramos que pensar (ejercicio difícil en día festivo, lo sé) en aquello que más está cambiando nuestros hábitos, seguramente todos coincidiríamos en dos conceptos: redes sociales y teléfonos inteligentes (para los mas frikis, smartphones). La hora de la manzana, la mora y el caralibro ha llegado.
Incluso a un servidor, con tan sólo 22 primaveras, le parece increíble cómo hemos cambiado con la llegada a nuestras vidas de herramientas como Facebook o iPhone. La pregunta está en boca de todos: "¿Cuál es la razón de su éxito?". Eruditos de todo el mundo en el campo de la sociología, la antropología o la psicología podrán aludir a cantidades inmensas de variables socioculturales. Sin embargo, desde mi punto de vista, la respuesta es bien sencilla: somos rematadamente VAGOS. Nos encanta que nos lo sirvan todo bien masticado y sin grumos.
Vale sí, son herramientas que nos ahorran mucho tiempo. Y sí, también nos ahorran mucho dinero. Pero también es cierto que hoy por hoy, las reuniones con amigos no son más que puestas en común de las actualizaciones de estado de fulanito, las nuevas fotos de menganito, de los "espera que me están escribiendo por el Whatsapp" y los "espera que le hago una foto y la subo". Todo esto resulta muy útil, nos mantiene "conectados" a nuestros más allegados y nos hace sentirnos dentro de un todo social, que al final no resulta ser más que pura fantasía. Me explico.
Las redes sociales, unidas a todo smartphone que las tenga integradas para poder usarlas desde cualquier parte, nos han facilitado cosas tan esenciales como conocer gente, mantenernos en contacto con otros a los que no vemos tan a menudo e incluso la ardua tarea de cotillear al amigo traidor, al chulaco de turno, etc. resulta mucho más sencilla a través de ellas. Por desgracia, hay otras muchas situaciones que parecemos estar dejando en el olvido. La gente cada vez más, debate asuntos importantes en hilos de mensaje o chats (rupturas, peleas, reconciliaciones, rumores), escoge sus amistades por su foto principal o por sus amigos en común (¡cuánto engaño hay en ellas por cierto!) y demás mamarrachadas -adoro esta palabra- al uso. El problema de todo esto llega después, cuando nos encontramos en la vida real con momentos incómodos del tipo "a ese le tengo en el Facebook, pero no le saludo que no he hablado con él nunca" o el consabido "¡vaya! qué de milagros hace el Photoshop..."
Quien más y quien menos, TODOS hacemos uso de las bondades y maldades que tienen las redes sociales. Ya no es nada raro que tus padres intenten agregarte como amigo, que tus jefes indaguen en tu vida a través de tus fotos y comentarios, que te comuniques con tus compañeros de trabajo vía chat, etc., pero también ésta revolución por lo social da lugar a situaciones dignas del humor más absurdo de Miguel Mihura y su Tres sombreros de copa. ¿O no es de risa que retransmitamos un pedo por Facebook y al minuto tengamos 30 comentarios? Eso sí, una cosa está clara: el sexo y la escatología venden. Las dos cosas juntas tengo mis dudas.
La entrada de hoy podría ser perfectamente autobiográfica (Érase un hombre a una Blackberry pegado me llaman), pero ha venido a raíz de ver a dos mozalbetes en la cafetería de mi facultad, un antro digno de una futura entrada en este blog, estar sentados a la misma mesa sin mirarse, con la atención fija en sus teléfonos móviles, y lo peor de todo...¡HABLANDO ENTRE ELLOS!
Todo cambia muy deprisa y nadie puede decir cómo nos relacionaremos de aquí a 10 años. Sólo espero que los "Me gustas" tras una tarde de cine y parque no se sustituyan por clikear "Me gustas" en Facebook, ni las partidas de Tabú o Trivial por las de Farmville u Online Poker. En definitiva, que si la humanidad está condenada a vivir como los obesos habitantes de aquella nave intergaláctica en Wall-e, prefiero ser el robot de ojos saltones que los mira con asombro.
Feliz día y un beso a todos. ¡Vive en HD!
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