martes, 23 de noviembre de 2010

Fade into you




Había pasado un año. Bueno, no sabría decir la fecha exacta de nuestra primera conversación, pero sé que han pasado ya más de 365 días desde aquel "¿nos conocemos?". Sin que nos demos cuenta, la vida es capaz de dar tantas vueltas, que al final uno ya no sabe si sigue mirando en la misma dirección o si por el contrario, estamos mirando hacia el lado opuesto. Imagino que eso es en parte lo bueno y lo malo que tiene: la sorpresa continua de un guión escrito sobre la marcha.

Recuerdo muy bien cómo era mi vida hace un año. Por fin parecía que todo marchaba como debía en casi todos los aspectos de la misma. La carrera me llenaba como nada lo había hecho en mucho tiempo y sentía la chispa en lo más profundo de mi cabeza al sólo pensar en las cosas que tenía por delante. La familia, como siempre, estaba ahí apoyándome en todo. Y cuando digo en todo, me refiero a TODO, pues ya no había hermetismos ni secretos entre nosotros. Los años turbios en los que la duda estaba siempre presente habían tocado a su fin. En resumen, por primera vez en mucho tiempo era consciente de que la vida me estaba sonriendo. Y lo mejor de todo, lo estaba aprovechando. Es ahí donde él apareció. No diremos ni quién soy yo ni quién es él, pues lo importante de esta historia no son los nombres, sino los sentimientos. Como bien decía una película hace un par de años, ésta no es una historia de amor; es una historia sobre el amor.

La Navidad comenzaba a ser algo palpable, sobre todo en ese ansia consumista que inunda Madrid con familias enteras gastando un dinero que muchas veces no tienen. Con todo, esos días en los que el frío obligaba a encogerse mientras vas con la cabeza alta contemplando las millones de bombillas decorativas habían llegado. Las noches cerradas a las seis de la tarde eran más llevaderas entonces, y la imagen de volver a reencontrarse con la familia cobraba cada vez más fuerza en mi cabeza. Como siempre, pasaríamos unos días en la antigua casa familiar celebrando una festividad que, para nosotros, se podía resumir en dos palabras: comer y reir.

Todo pintaba normal. Ilusionante, pero normal. Fue entonces cuando tú llegaste. Faltaba un mes para viajar al norte, cuando un día nos cruzamos. Nos habíamos visto antes. No sabíamos dónde, pero sabíamos que éramos conocidos. Ahí empezó nuestra conversación. Ahí empezó nuestra relación. Con un par de frases típicas y tres chistes malos, acabamos dándonos nuestro teléfono y nuestro correo electrónico. No sabría decir bien por qué, pero al llegar a casa, algo indescriptible me hizo reir. Esa misma noche coincidimos en la Red. Cuando me quise dar cuenta, eran las 5 de la mañana y apenas quedaban 3 horas para que mi despertador sonara. Me tiré en la cama y no dormí. No entendía nada.

Los días pasaron y tú volviste a Coruña. Tu situación no era fácil. Realmente, tu vida no había sido fácil, pero ahí estabas tú, con una sonrisa que recordaba a la de un niño esperando a abrir los regalos de Reyes. Con el paso del tiempo empecé a darme cuenta de una cosa: quería volver a verte. Mis horarios habían cambiado tanto que ya no sabía cuando comía si estaba con el desayuno, el almuerzo o la cena. Todo daba igual. Podía dormir 3 horas que al día siguiente llegaba a clase con una sonrisa. Cada vez nuestras conversaciones se volvían más íntimas. No más existenciales, pero si más íntimas. Poco nos importaba que pudiéramos vivir a 600 kilómetros de distancia, lo importante era todo lo que compartíamos y la sincronización que teníamos.

En el calendario ya sólo quedaba un día por tachar. No recordaba estar tan nervioso desde nunca. A pesar de madrugar como nunca para evitar atascos, no pude dormir en todo el viaje. La noche anterior habíamos concretado la hora y el lugar. sólo había algo que me incomodaba: la vuelta a su vida del que había sido su EX con mayúsculas. Desde hacía dos días, él se mostraba preocupado porque no sabía como reaccionaría ante su llegada, ni si sería capaz de poder verme. Sabía que corría el riesgo de ilusionarme en vano, pero a estas edades el riesgo a hacernos daño es mucho más tentador.

Cinco horas más tarde (mi padre batió todos los récords de velocidad por mucho que se lo reprochara) llegamos a la puerta de casa de mis abuelos. No tenía mucho tiempo, apenas media hora para ponerme un poco al día y encontrar una excusa para ausentarme. Al final conseguí convencerles de que un amigo mío de la facultad me había invitado a comer en el centro y conseguí escaquearme. 10 minutos más tarde estaba pasando la entrada del Aquarium Finisterrae. Para entonces ya no sabía como esperar, así que decidí hacer uso del tiempo intentando contagiarme de la tranquilidad que toda aquella fauna marina me transmitía, y vaya si lo conseguí. En sólo 5 minutos estaba inmerso en un mundo azul turquesa en el que casi podía flotar.

Levitando más que andando, fui de un lado a otro, asombrado por la sola imagen de tanto ser vivo conviviendo en tan poco espacio. Fue entonces cuando por fin, después de aquella primera vez, volví a verte. Con más tranquilidad que otra cosa, me fui acercando a ti, hasta llegar a agarrarte de la cintura. No sabía muy bien qué decir, y tú debiste notarlo, porque acto seguido me besaste. Como si de la noche más borrosa se tratara, poco recuerdo de la siguiente hora. Sólo sé que hasta que no salimos de ahí no pude ser consciente de que estabas a mi lado. El resto del día pasó volando, y cuando me quise dar cuenta, estábamos planeando otro encuentro dos días después de Navidad. Si hubiera sabido que no te volvería a ver, no me habría ido.

Desde aquel día, el regalo que más quería por Navidad era volver a verte. Mi familia, experta en distracciones, hizo que esos días fueran amenos y entretenidos, de tal forma que sin apenas darme cuenta, el día 27 estaba ya llamando a la puerta. El día sí, pero tú no. Tu llamada no llegó, tu mensaje no recibí. Lo que al principio era ilusión, poco a poco fue tornándose en decepción. Ese día lloré. Al siguiente también. Así toda la semana. No durante el día, pero sí durante la noche, antes de conseguir conciliar el sueño. No entendía qué pasaba ni por qué no sabía nada de ti. Y así fue durante meses.

Los exámenes de febrero llegaron a su fin, y mis pensamientos estaban ya un poco alejados de aquellas navidades. Sin embargo, tu nombre apareció en mi móvil y contesté. La explicación no me consoló. Los motivos no me convencieron. Tus disculpas no me valieron. Sin embargo, la distancia hace más fácil lo difícil: perdonar. Así lo hice. No quería seguir llevando dentro ese rencor ni ese dolor por desparecer. Ahí se acabó todo...o eso creía.

Ha pasado ya un año. Un año en el que, otra vez, mi vida ha cambiado, y mucho. Sin embargo, tú sigues en ella. De forma distinta a entonces, pero sigues siendo parte importante de ella. Creo que bien podríamos decir que nuestra relación se caracteriza por el miedo y la nostalgia, pero sobre todo por un inmenso cariño. Creo que es difícil que alguien logre entender cómo podemos llevarnos tan bien con todo lo que nos hemos dicho y hecho en este tiempo. Con que tú y yo lo sepamos basta. Aunque a veces no hayamos hablado más que una vez al mes, siempre hemos estado ahí para hacer como si el tiempo no hubiera pasado. Tú siempre has dicho que no crees que llegues a ser feliz nunca, pero lo que no sabes es lo feliz que puedes llegar a hacer a la gente. El día que abras los ojos y lo veas, espero seguir ahí para decirte : "¡Qué! ¿No te lo había dicho?"



Sólo me queda decir que esta historia no es real, pero eso no significa que no tenga referencias reales. Aún así, espero que la disfrutéis enormemente.

Eso sí, va con dedicatoria. ;-)


¡Vive en HD!

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