Aún ni ha salido el sol. Siempre me toca a mí ser la primera. Ya sé que soy la mayor, pero también me gusta dormir un poquito más todos los días. Si lo llego a saber, no habría deseado tantas noches poder ser un poquito mayor para poder salir con mis amigas y poder estar con chicos. Ahora ya no puedo hacer nada de eso. No tengo tiempo. Y eso que aún no ha salido el sol.
¿Cómo puede haber tanto polvo? Todos los días me levanto antes que nadie para limpiar. No quiero que mis hermanos también se pongan malos. Papá ya no puede hacer esto y soy la mayor, así que no tengo que quejarme. Limpiar y preparar el desayuno. Bueno, leche con algún trozo de pan. Antes casi siempre teníamos galletas, pero ahora nunca llegamos antes de que se agoten. Hay mucha gente siempre y no me dejan ni un paquete. Una vez fui a coger uno del suelo y una mujer me dio una bofetada. Si mamá lo hubiera visto seguro que le habría dicho algo. "Tienes que ser fuerte" me dijo. Esa mujer me hizo llorar, no supe serlo. Sólo tengo 13 años.
Ya empieza a salir el sol. Las gallinas del vecino siempre hacen sus necesidades en casa. No me hace caso porque soy una niña, aunque a veces cuando se lo digo de repente se calla y se queda mirándome un rato, hasta que grita a las gallinas y las mete con una vara en su patio. Yo así no quería ser mayor. Hay muchas cosas que no sé. Ni mamá ni papá están ya para ayudarme, y muchas veces los pequeños lo pasan mal y lloro y me acuerdo de aquel día.
Hacía muy poco que había empezado el año. Aún me acordaba de la fiesta que tuvimos en el barrio. Nunca celebramos nada, pero el Año Nuevo era una de esas noches en las que todos nos reíamos. Una noche en la que siempre estábamos todos juntos. Era 12 de enero. me acuerdo muy bien porque el cumple del Jean Philippe había sido la noche anterior. Tres añitos. Aquel día había sido normal. Papá y mamá habían pasado el día fuera de casa y yo había estado en el colegio por la mañana. Llegué a casa, hice la comida y estuve con mis hermanos. Todo pasó poco antes de cenar. Mamá había llegado hace dos horas y estaba ya con la cena. ¡Huevos fritos! El vecino nos los dio por el cumple del pequeño. Entonces sucedió. Todo comenzó a temblar. Jean Philippe y Matthieu no paraban de gritar. Me acerqué a ellos y les abracé mientras llamaba a mamá. Cuando me giré para buscarla entre los trozos de plástico que caían junto al adobe del techo, vi como la sartén con el aceite le caía en las piernas y caía al suelo. Después de eso, no recuerdo nada. Sólo oscuridad. Más oscuro que cuando me levanto por las mañanas. Sólo sé que lo primero que vi al despertar era a papá. Gritaba de alegría al vernos, pero parecía que llevaba días sin parar de llorar. Le reconocí por la voz aunque no podía abrir los ojos. Me dolía mucho la cabeza. Conseguí abrazarle cuando salí después de sacar a mis hermanos, y después me desmayé. Tuve una pesadilla en la que mi madre caía y no podía cogerle la mano. Sólo oía decirme: "sé fuerte Jeanine". Al despertarme, mi padre seguía ahí. Estaba más calmado, y también rodeado de extranjeros. Ya nada volvería a ser igual. Papá dijo que ellos me salvaron la vida, que ellos me encontraron. Si tan buenos eran, ¿por qué fueron ellos quiénes hicieron que papá se pusiera malo? Al menos, eso decía la gente por la calle, y parecían muy enfadados. Cuando los peques me preguntaban no sabía qué decir, no entendía nada.
Ha pasado un año. Al principio, todo el mundo se preocupaba por nosotros. La gente decía que nos ayudarían, que todo volvería a ser como antes. Nos traería comida, nos harían una nueva casa, más segura. Estaríamos con una familia que nos cuidaría a los tres, y así yo no tendría que ser mayor. Pero mentían. Papá y mamá no volvieron. No volví al colegio. Mis hermanos ya no reían. Muchos días pasábamos hambre porque los mayores no me dejaban coger comida que la gente a la que luego insultaban nos tiraba. Siempre le decía a mamá que quería ser mayor para poder estar más tiempo con mis amigas, pero ahora ya no quería. Mamá me decía de ser fuerte, pero ya no quiero ser mayor. Ha pasado un año y sigo sin entender nada. Después del terremoto, ni los mayores saben explicarme cuando les pregunto, "¿por qué a nosotros?". Quería ser mayor, pero no así. 38 segundos habían hecho que nuestra vida cambiara, pero un año entero no había hecho que dejara de llorar por mamá y papá.
Hoy hace un año del terrible terremoto que sacudió la tierra de Haití, dejando más de 200.000 muertos a sus espaldas. 200.000 vidas que acabaron, pero millones que cambiaron para siempre. Vidas que no merecían una miseria mayor de la que ya padecían, y aún así, les pasó a ellos. Sólo un 5% de la ayuda que se prometió ha llegado allí, pero no a todos. ¡Y nosotros hablamos de crisis o de no poder fumar!
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