jueves, 17 de febrero de 2011

Relatividad emocional. Cuando lejos es cerca. Cuando el riesgo es seguridad.



Estos días no paro de pensar en lo relativo que es todo. A veces no nos damos cuenta, y sin embargo nos empeñamos en colocar nuestros propios obstáculos, observando luego sorprendidos la herida después de haber tropezado. Y es que, para todos aquellos que muchos no lo sepan, somos a veces nuestro peor enemigo en este camino que llamamos nuestra vida.

Ahora mismo estaréis más perdidos que Britney Spears en un FreshCo. Tranquilos, todo tiene una explicación. Mi blog de hoy trata sobre la relatividad. No sobre aquella teoría que formuló Einstein a principios del siglo pasado (cuyo manuscrito original fue publicado, inexplicablemente, hace apenas un año), sino sobre la aplicación a nuestras mundanas y sencillas vidas de barrio (de barrio fino, de estos con graffitis a color) de la teoría de ese bonachón de pelo alborotado y bigote poblado.

Para los que no la tengan fresca, entre los que me incluyo, los básico de la teoría viene a decir que la percepción del espacio y el tiempo depende del estado de movimiento del observador o es relativa al observador. En otras palabras, que aunque nos movamos en función de las mismas leyes de la física, la percepción de nuestros movimientos varían en función de la posición de quienes los observan. ¿Qué quiero decir con esto? Que la vida no es blanco y negro, sino millones de grises.

Un día podemos levantarnos pensando que nunca haríamos una u otra cosa, y al día siguiente estar haciéndola sin ningún problema. Esto no significa que seamos incoherentes con nosotros mismos. Esto sólo quiere decir que la vida esta para contradecirse, para cambiar de idea, para opinar bien de la Esteban y al día siguiente odiarla. Si todo fuera monótono y siempre pensáramos los mismo, el aburrimiento sería la tónica general de nuestro día a día. Las ideas claras no tienen por qué ser ideas eternas. Saber lo que quieres hacer con tu vida no quita que puedas modificar el cómo quieres hacerlo. Todos los caminos llevan a Roma, y en nuestra mano está el poder elegir cuál nos aporta más, incluso cambiarnos de carril en marcha.

Las locuras a veces son las que marcan nuestro sino. Vivir la vida en función de nuestro sentido común vuelve nuestras vidas en vidas comunes. El tiempo y el espacio son algo relativo. Para una persona pueden suponer un obstáculo, para otra un aliciente. La cercanía física no implica siempre cercanía emocional y viceversa, el estar lejos de alguien no implica que no le sientas a tu lado. Vivimos encuadrados en una serie de ataduras desde que somos muy pequeños, y muchas veces nos cuesta tomar decisiones que supongan una ruptura con todo lo anterior. El miedo al cambio, a lo nuevo, al fracaso o al rechazo mueven nuestra razón más que la excitación por el cambio, por lo nuevo, por el éxito o por la adaptación.

Leyendo estas líneas pienso si he dicho algo de verdad con todo esto. Mi blog de hoy va dedicado a la relatividad emocional. Esto viene a decir que la percepción de las metas y los obstáculos varía según la percepción del observador. Lo que para algunos son retos, para otros son muros infranqueables y lo que para unos es imposible, para otros es imposible no intentarlo. En manos de cada uno está el saber a qué grupo quiere pertenecer y saber dónde se marca el horizonte de sus objetivos.

En estos días he pensado mucho acerca de las locuras, de lo que cambia tu percepción de la vida de la noche a la mañana, de cómo cambia la historia una vez que te libras de sus ataduras, etc., y sin embargo, todos estos cambios me hacen ver lo mucho que aprendo con cada experiencia y las ganas que tengo de acertar, de equivocarme, de caer, de levantarme.

Lo sé, muchos que me leáis pensaréis: "este chico aún tiene mucho que vivir para poder hablar de la vida". Precisamente por ello escribo esto. No quiero pensar en lo que aún no he hecho, sino que prefiero verlo como aquello que voy a hacer. En esto, la juventud tiene su punto, claro que sí, no seré yo quien lo niegue, pero siempre se ha dicho que quien no arriesga no gana, y yo odio perder. ¿Y vosotros?


¡Vive en HD!


martes, 8 de febrero de 2011

Cuando buscar desesperadamente nos convierte en desesperados.




Exámenes, trabajo, el nuevo año...Llevo tiempo con esto apartado, pero poco a poco iré recuperando el tono.

Pero bueno, vayamos a lo que nos ocupa hoy, que no es otra cosa que la búsqueda. Y no me refiero a la búsqueda material de algo que nos guste, de ahorrar para comprarnos el último grito en ropa o cachibaches electrónicos. No, me refiero a esa búsqueda interior y espiritual que todos llevamos a cabo durante TODA nuestra vida. Incluso cuando no nos damos cuenta, estamos buscando. Constantemente, sin pausas, nuestra vida es un "busca y encuentra" continuo, en el que nuestras prioridades y circunstancias marcan nuevas búsquedas que nos van conformando como personas, más o menos buenas. Al fin y al cabo, si no necesitáramos más de lo que ya tenemos, nuestra felicidad momentánea se iría apagando poco a poco.

Soy de esas personas que cree que la felicidad es algo que se complementa con nuestra vida, algo que no siempre sabemos ver, pero que siempre está ahí para saber disfrutarla. No creo en la felicidad por objetivos. No creo que pueda ser feliz cuando tenga un trabajo bueno o una pareja estable, pero sí creo en que pueda serlo en el proceso de encontrar un buen trabajo o en conocer a alguien especial. Es más, la felicidad continúa una vez que, con esto alcanzado, seguimos queriendo crecer como personas. Es decir, si basamos nuestra felicidad en alcanzar metas, una vez alcanzadas, ¿qué nos queda? La respuesta: UNA FELICIDAD CON FECHA DE CADUCIDAD. Por eso, creo que la felicidad debe ser algo que se complemente con nuestro crecimiento como personas, algo que vaya de la mano de nuestras inquietudes y necesidades, algo a lo que no se ponga límite. En definitiva, algo que sea tan grande como nuestra vida pueda ser. Y aquí, nuestras búsquedas tienen una importancia crucial.

Estos días me ha venido a la cabeza el siguiente planteamiento: siempre que buscamos, ¿encontramos? Si no buscamos y encontramos, ¿es buena señal? De aquí he encontrado dos posibles tipos de personas en función de su búsqueda interna: las que buscan y las que encuentran.

En el primer grupo, los buscadores, nos hemos encontrado todos al menos una vez. Y es que, somos un animal testarudo, y lo queremos todo y lo queremos ya mismo. Por eso, más de una vez nos hemos parado a pensar en qué nos falta en nuestra vida, o peor aún, qué necesitamos en nuestra vida para que sea vida. Y aquí empiezan los problemas. Nos ponemos a pensar y vemos que, por ejemplo, nos hace falta (o necesitamos, como llegamos a decir) una pareja. Entonces, en una cadena de reacciones de todo tipo menos lógica, descubrimos que es la falta de una pareja la que hace que nuestra vida no tenga sentido, la que hace que haya algo que no cuadra con nosotros. La fase siguiente llegados a este punto es la búsqueda. Una vez reconocido el problema, comenzamos la criba. Necesitamos una pareja (siguiendo el ejemplo) y hasta no encontrar la pareja perfecta no descansaremos, no seremos felices. Por desgracia, la vida no es tan sencilla como un Media Markt donde buscas, comparas y compras. Las búsquedas intencionadas vician nuestra perspectiva, y los resultados suelen ser desastrosos: no encontramos lo que necesitamos, nos desesperamos, nos deprimimos incluso y nos desanimamos; o encontramos algo, que creemos es lo que necesitamos, y dejamos de lado todo lo que teníamos antes de ello. Este tipo de gente suele tener muchos problemas de autoestima e inseguridad y, además, no suelen ser felices, ya que atan su felicidad a unas necesidades muy concretas que, cuando fallan, ponen su mundo patas arriba.

El segundo grupo, los que encuentran, está formado generalmente por gente que ya ha pasado por esa primera etapa. Una vez descubierto los males de buscar desesperadamente, uno se despierta un día y descubre que su vida no puede girar en torno a una necesidad concreta. No podemos mover nuestras prioridades y obligaciones, además de nuestros sentimientos alrededor de un único elemento. Es entonces cuando de verdad comenzamos a disfrutar de la vida, a ser felices. Empezamos a entender que nuestra vida en sí es la que nos puede dar todo lo que necesitamos cuando lo necesitemos. Como si de un oráculo se tratase (llamémoslo destino para los más románticos), van llegando a nuestra vida cosas que no buscábamos. Incluso cosas que no queríamos, aparecen un día para quedarse y ,"¡oh sorpresa!", nos encantan. al fin y al cabo, somos tan cambiantes como el mundo que nos rodea, por lo que no podemos decir nunca que nos conocemos al 100%. La vida está ahí para hacernos ver esto, para sorprendernos, para enseñarnos, para dejarnos llevar. El ser obstinado no siempre funciona (hay excepciones), pero por norma general, lo mejor de esta vida es levantarse con la expectación de ver lo que nos depara el nuevo día. Así, colocamos tanto lo bueno como lo malo en la misma posición, por lo que podemos afrontarlo con mayor entereza.

En resumen, en esta vida, lo importante está en lo que encontramos, no en lo que buscamos. Lo mejor que podemos hacer para ser felices es no encuadrar nuestras necesidades en un marco estricto del tipo "si no tengo esto, no puedo tener lo otro y no podré estar bien", ya que así sólo conseguiremos justo lo que no queremos. Si por el contrario, aprendemos a ver la vida con la expectativa de no estar expectantes a todas horas, la sorpresa está asegurada. Podrán llegar buenas o malas noticias, grandes o pequeños acontecimientos, pero ganaremos en emoción y felicidad, y en definitiva, ganaremos en vida.

Esforzaros en vuestros estudios o en vuestro trabajo, pero dejad que lo que realmente llena vuestro corazón y vuestra alma venga por sorpresa.

¡Hasta muy pronto!


¡Vive en HD!