jueves, 26 de mayo de 2011

Un sueño por cumplir y una pesadilla que lo impide.


No hay capítulo de esta fantástica serie que haga retractarme de mis ideas respecto a los verdaderos valores de una familia.



Pocos sueños duran toda la vida. Muy pocos. De hecho, los sueños de verdad sólo se persiguen y se viven despierto, ya que todo lo demás es fantasía producto de nuestro subconsciente onírico. Pocos sueños de verdad tenemos en nuestra vida. Yo diría incluso que sólo uno. Quizás dos. Incluso tres, pero no más. Los sueños son el motor de nuestro fuero interno, muchas veces sin ser nosotros mismos conscientes de la inmensa fuerza que guardan y que hacen movernos día a día. Todo el mundo, hasta el más frío, calculador y racional de los seres guarda un pequeño ápice de soñador que le hace ilusionarse y levantarse cuando no tiene ganas de seguir adelante. 


Puedo decir que he tenido una infancia feliz. Al margen de la separación de mis padres, del haber vivido discusiones, peleas, estar en medio de ellas y demás, mi infancia ha sido muy buena. Recuerdo la cara de lelo cuando llegaban los reyes y mis padres estaban despiertos antes que nosotros para que fuéramos a ver todo lo que nos habían traído. Recuerdo las peleas con mi hermana en el pueblo con mangueras, tijeras de podar, vacas y gallinas de por medio. También no puedo olvidarme de las comidas familiares de verano, cuando nos juntábamos todos en la playa o en la sierra y disfrutábamos de tortilla, filetes empanados y ensalada mientras mi madre y yo las pasábamos putas con la alergia. Los baños en la playa  con tiempo de tormenta, las subidas al monte para ver las lluvias de estrellas a las 4 de la mañana...

No hemos sido una familia típica, de esa que rezan los cánones del más puro conservadurismo. Sin embargo, a pesar de todo, siempre hemos estado ahí los unos para los otros, siempre me he sentido querido, siempre me he sentido apoyado, siempre me he sentido parte de algo que sé que va a estar ahí siempre. Creo que esa es la verdadera base de la familia. El número y el género de sus miembros es algo completamente secundario Lo que de verdad importa es el saber que hagas lo que hagas, te pase lo que te pase, y vivas donde vivas, siempre tienes alguien a quien llamar hogar, alguien a quien llamar familia.

Estoy orgulloso de ser un Pin. Estoy orgulloso de ser un Hurtado. Estoy orgulloso de tener los padres que tengo. Da igual las muchas broncas y roces que hayamos tenido, somos familia y eso está por encima de todo. 

Volviendo a los sueños, yo tengo dos. Uno de ellos nunca lo podré cumplir (quien me conozca bien sabe cuál es). El otro, no sé si podré hacerlo cuando esté listo. Hace dos años, el señor Mariano Rajoy declaró abiertamente a la edición digital del diario gratuito 20 Minutos, al ser preguntado si respetaría el derecho de adopción que se reconoce a las parejas homosexuales, respondió que no estaba "de acuerdo" y que "lo cambiaría, les quitaría el derecho". Hoy por hoy su partido político es el absoluto vencedor de las Elecciones Municipales y Autonómicas, y dentro de menos de un año su partido político, presumiblemente, será el absoluto vencedor de las Elecciones Generales, siendo él nombrado Presidente del Gobierno. 

Legado. Ése es mi sueño. Continuar con ésa familia de la que me siento orgulloso y que pueda tener hijos que crezcan en un ambiente de amor y cariño como en el que yo lo hice. Que niños que hayan perdido esa primera oportunidad puedan tener una segunda y siempre tengan esa sensación de unidad, de ser alguien. Sin embargo, el señor Mariano Rajoy no opina lo mismo, y cree que mi sueño está por debajo de sus principios, y que más vale un niño en un orfanato que con una pareja que le quiera, le cuide y le eduque, aunque sean un par  de maricones. 

Una familia se define por la unión de sus miembros, no por el género de los mismos. 

¡Vive en HD!